lunes

PAULA

Un personaje – un problema:
“CONGESTIONAMIENTO”

Laura Velázquez trabaja como obstetra en Casa Cuna. Laura vive en Berazategui.
Hoy por la mañana se encontró con una de las formas en que la protesta social irrumpe en nuestra cotidianeidad: el corte de calles.
Sí, lo decía bien clarito el noticiero: “serias demoras en el Puente Pueyrredón, mano a Capital Federal.”
Bien, lo que podría arrojar a cualquiera en el ciclo de aceptación y resignación no era válido para Laura. Mencioné que era obstetra. No solo ni simplemente eso: tenía que asistir a una emergencia. La habían llamado hacía unos minutos por una paciente suya con un parto “bastante encajado”.
¿Y ahora qué hago? Podría llamar al Dr. Rubinstein, que vive en San Telmo. Sí, el podría reemplazarme. Ah, no… el Dr. Rubinstein está de vacaciones.
¿Y ahora qué hago? Ya está: me tomo un remis. Lo estoy llamando… pero qué ¿todas las remiserías del país están sin vehículo? ¡Si me hubiera comprado un auto!
¿Y ahora qué hago? ¿Y si me disfrazo de mujer-bomba y voy directo al puente a que me dejen pasar? ¿O cruzo el Riachuelo nadando?
¿Y ahora qué hago? ¿Y si me quedo en casa? Llamo al hospital, alguien tiene que haberpara reemplazarme. Al fin y al cabo, todos somos sustituibles. ¡Si me hubiera levantado antes!
¿Y ahora qué hago? ¿Ese de ahí no es el vecino? Sí, Carlos. Seguro que va para el centro. Humm…Má sí, yo me tiro el lance, no le va a costar nada…


Un sentimiento:
LETARGO

Todos los domingos, idéntica procesión. ¿Qué lo llevaba a someterse a ese calvario agotador una y otra vez? ¿Seguro que era amor? ¿A qué?
Mientras atravesaba la interminable sucesión de lápidas se preguntaba a qué venía tanta suntuosidad post-mortem. En definitiva, todos compartimos la misma nada. ¿Es necesario cubrirla de concreto? Cada mañana de domingo – sin importar el clima- desfilaba por una galería de piedras anónimas hasta llegar a la suya, la piedra que le era propia. La contemplaba puramente, sin tristeza ni rencor. Y se iba como quien sabe que regresará de un modo u otro.
Al atravesar los portales el aire se alivianaba, la vida se hacía más irrelevante, aún así menos hostil. Las calles, los autos, los kioscos, las veredas con sus baches, y sus vecinas baldeando, los repartidores y los carteles retomaban su condición cromática.
Al atravesar los portales, los otros portales, a veinte cuadras de aquéllos, el sol hacía las paces. Los olores ya no traían flores marchitas, los cristales adquirían nueva transparencia. Así, la opresión, - inacabable opresión de la soledad- se echaba a dormir hasta la semana próxima.


Un lugar como sensación:
¿QUIEN ME MANDA?

¿Me parece o no debería haber comido tanto? La verdad que no. Ahora no me aguanto. ¿Por qué se mueve tanto esto? Y… ¿Qué hace esa gente ahí?
¡Pará Gaby que no llego! ¿Y a esta quién le dio cuerda? ¡Está loca! No, yo no puedo… ¡no! Ahí ni ebrio ni dormido. Pero… ¡Pará te digo! Que no me dan las piernas (¡Bah! ¿Qué no me dan las piernas? ¡Comí demasiado! ¿Por qué veo todo tan chiquito? No llego más, las olas se mueven mucho.
¿Y si me caigo? ¡Por Dios que me caigo ahora mismo! ¡Ay que me caigo! Esto pesa un montón… ¡Mi cabeza! Pero ¿qué tengo, una coctelera? ¡Pará Gaby que no llego tan arriba! Mejor me quedo acá y la espero. No puedo más… ¡Está lejos la gente, eh! ¡Qué resbaloso está! No puedo moverme. No puedo. Ni un paso más… ¿Qué tengo en las piernas? No puedo. Me quedo acá. ¿A mí quién me manda?


MICRO-RELATOS
a) Un chirrido. Los mismos pasos, esa luz blanca. ¡No otra vez!
b) Habiéndose apagado la última ceniza, se dedicó a encajonarlo con rutinario desdén.


La Mirada:
SUBTE QUE TE LLEVO I

El transporte público viene a cumplir la función que antes tenían las calles. Como uno ahora no puede detenerse a charlar en cualquier esquina, so pena de ser trasladado en forma involuntaria por algún auto en apuros, bueno, el encuentro obligado con otros seres humanos se da en colectivos, trenes y subtes.
Tomemos, por ejemplo, el subte. Esa tumba calurosa donde nos depositamos como opción veloz. Cada línea de subte nos da una idea acabada de las clases sociales y su dispersión en el casco urbano. Hoy había una madre con su beba al lado mío. Hermosa la criatura: limpia, redonda y feliz. De repente, entra una mujer con un bebé en brazos. La descripción, evidente: ropa mugrienta, pies descalzos, como personificando la miseria. La beba a mi lado no dejó de mirar a su coetánea ni un segundo. Yo tampoco.
Ámbito curioso, el subte. Si uno quisiera describir a Argentina como país no sería una mala metáfora. Aunque quizás una muy obvia.

SUBTE QUE TE LLEVO II

¡Qué calor hace acá! ¡Encima, esta de al lado no para de mirarme con esa cara de tarada que tiene! ¡¿Quién se cree que es para hacerme morisquetas? ¿Un “Teletubbie”? Estoy harta de que todos los adultos crispados se crean con derecho a ponerme caras. ¿Ya llegamos, mami? No, no me cambies de posición. Avisame cuando lleguemos. ¡Ay!¡Dejá de apretarme que estaba cómoda!Y la tarada ahora me sonríe. Pero qué ¿es Miss Simpatía?
Estoy cansada, tengo hambre, tengo calor… ¿Y esa nena? Eh, nena, ¿cómo te llamás? Vos también tenés calor… qué bueno que tu mamá te deja andar descalza. A mí ni tocar el piso me dejan… ¿Querés jugar? Dale… No, no te bajes. ¿Por qué la gente te regala cosas? Hey mami, ¡no para allá no! Quiero jugar… ¿Dónde vamos? … La tarada me sigue con esa misma cara… Ah, qué bueno… aire fresco. ¡Chau nena!Ya van a ver cuando aprenda a caminar.


Lo autobiográfico – los recuerdos
VOCACIONES

Vabieka quería ser veddette. Desde que la conocimos notamos su insistente interés por “calzarse las plumas”. Algo de razón tenía. Hermosa era, sin lugar a dudas. Pelo blanco y chocolate encerrando un par de misterios celestes. En teoría, venía de la Siberia. Aunque no supimos de inverno alguno que pasara lejos de la estufa. Volviendo a su afán ornitológico. Debemos mencionar que los juegos preferidos de Vabieka involucraban la mayoría de las veces a desafortunados benteveos y arriesgados gorriones. Arriesgados, sobre todas las cosas, con tal de arrebatar el botín de polenta.
La admiración de nuestra vecina por los plumíferos era de otra índole. Su vocación consistía en adiestrar a loros y aves similares en el difícil arte del habla humana.
Todos recordamos aquella tarde del bochorno. El guacamayo hispanoparlante de nuestra vecina tuvo la poco feliz idea de ostentar su costosa y exótica vestimenta por sobre la medianera. Claro que Vabieka era una eximia saltadora en alto, como todos los que vienen de la Siberia.
Lamentablemente, a la colorida criatura no le habían enseñado aún a pedir auxilio. Fue así que, al llegar a nuestro hogar, descubrimos todo. En el patio, se hallaba la joven vedette en ascenso, rodeada de una encantadora estola de plumas multicolor. Un repentino golpe en la puerta nos heló la sangre:
- ¡Ah, hola Dora! ¿Cómo le va? ¿Qué raro usted por acá? ¿En qué podemos ayudarla?
- ¡Hola don Néstor! ¿Sabe? Ando buscando a mi guacamayo nuevo. Lo compré hace poquito, y no lo encuentro. Estaba suelto en mi patio y me pareció verlo querer cruzar su medianera.
- No, la verdad, no lo vimos. Seguro ya va a aparecer. Usted no se haga problema, si llegamos a saber de algo, le avisamos.


MATERNIDADSUSPENDIDA

Todas las navidades el mismo pedido. Durante cuatro o cinco años. Debo haber satisfecho mis ansias maternales por aquel entonces, puesto que no regresaron. La publicidad de los bebotes “Yoly-bell” era promisoria: maternidad feliz asegurada. ¿Qué mayor seguridad para una maternidad feliz que la envidia de tus vecinas?
Si bien esa navidad el limitado presupuesto de “Papá Noel” había posibilitado un “bebote genérico”, me enamoré de Celeste ni bien la saqué de la asfixiante y colorida bóveda donde había arribado. Así que, aunque no tuviera la alcurnia anhelada, la adopté como hija legítima. Celeste y yo en el triciclo; Celeste y yo tomando el té; Celeste y mi hermanita queriendo arrebatármela; Celeste hermosa y siempre bebé (quizás por eso parecía tan linda la idea de ser madre por aquel entonces); Celeste a mí sometida; Yo: todopoderosa, Celeste: obediente; Celeste decadente. Mi barrio estaba situado en una zona de esteros. “Ganada al río”, que le dicen. Quizás sea eso, el período de intensas lluvias que vino con la democracia o los bajos recursos de Papá Noel, habitando una zona inundable. El punto es que un buen día Celeste, cansada de su juventud eterna, perdió la cabeza. O casi. La mantenía unida a su frágil cuerpo de guata y batista por medio de un imperceptible hilo de algodón. Ese buen día percibí lo que sería perder un hijo. Celeste se había caído en un charco del patio. Cuando la encontré, el hueco de su cabeza era ostensible. La abracé desesperada y noté que horrorizada que ese huego era ahora la entrada a la morada de un príncipe sapo. Ese día dejé de creer en la maternidad y los príncipes-sapos.


El absurdo:
HACEMOS LO QUE QUEREMOS

a) La mujer más hermosa del mundo murió de anorexia.
b) ¡Qué flaca que estás, gordi!

“Acá somos todos de izquierda,” le dijo el intelectual aquel día en la editorial.
El intelectual era el director. “Acá somos todos de izquierda,” decía el intelectual mientras le explicaba la tarea al pasante. “nada de esas ideas capitalistas absurdas, que se comen solas, nene… trabajá con total libertad. El ensayo tiene que estar listo para la semana que viene.”
“Una pregunta, señor,” interrumpió el pasante. “¿Cuánto voy a cobrar por esta investigación?”
El director lo miró indignado por semejante planteo. Respondió: “mil dólares”, y siguió anotando algo en su agenda. “¿A mí cuanto me correspondería?”, inquirió el joven.
Desde sus lentes, respondió: “Nada nene. Acá somos todos de izquierda”.

- Sarah iba religiosamente todos los sábados por la mañana a la sinagoga.
Por la tarde militaba en un grupo skin-head de Parque Chacabuco.

- “¿Cuánto cuesta sanar, padre?,” preguntó el fiel.
- Nada, hijo. Con tu FE basta,” dijo el clérigo. “Los cien pesos son a voluntad”.

“No puede haber tanta maldad en el mundo,” balbuceó y aplastó a la cucaracha.

Los alumnos escucharon atentamente la alarma contra incendios y se quedaron sentados.

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